24 febrero 2007

Provocaciones, 30 años más tarde

Por priorizar otras notas dejé fuera de este blog un hecho que me agrada: hace unos meses se publicó en Bolivia la segunda edición de mi primer libro, Provocaciones. La primera edición fue sencilla y se debió a la generosidad de mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio, quien la hizo publicar en las prensas de Ultima Hora, aunque con el sello editorial de Los Amigos del Libro. Yo mismo hice el diseño de la tapa, con fotos de los 14 escritores que “provoqué” a principios de los años 1970s.

El libro tuvo una carrera incierta, como todo en Bolivia, pero quienes saben de literatura apreciaron el carácter inédito de las “provocaciones”: en ellas los escritores convocados se abrieron a mis preguntas como nunca lo habían hecho antes. De ahí que hoy, cuando la mitad de esos escritores ya no está con nosotros, los capítulos dedicados a Jaime Sáenz, a Oscar Cerruto, a Augusto Guzmán, a Jesus Lara o a Augusto Céspedes, destacan por su calidad de documentos únicos.

La nueva edición de Plural ya no peca de tanta humildad. Es un libro impreso en buen papel, con una hermosa tapa, que viene a cerrar este círculo de 30 años. No he querido tocar los textos para nada, porque el valor radica precisamente en la fecha en que fueron publicados por primera vez. Lo único que hice, por respeto a los escritores, es actualizar sus bibliografías, algunas fotos y el prólogo.

16 febrero 2007

Me importa un Pepino

Ahora que en Bolivia (y en otros países) estamos en pleno carnaval, la figura del “Pepino” renace en las celebraciones que tienen lugar en La Paz. Curiosa figura la del Pepino, ¿cual será su origen? El nombre y la facha sugieren a un personaje del carnaval italiano, un saltimbanqui con ese disfraz de telas brillantes y colores vivos; y la máscara parece prima del kusillo y del payaso de circo. En cualquier caso es otra prueba del fecundo mestizaje cultural. En Bolivia el mestizaje es un manto que nos cubre a todos. Todos somos mezcla, no existe ninguna pureza racial como quisieran afirmar los arrogantes fundamentalistas de uno y otro bando.

Personaje picaresco, el Pepino blande una verga o chorizo, azota a los pasantes con su ruidosa “matasuegra”, los baña de mistura o pito mientras los niños le gritan: “Pepino, chorizo, sin calzón”. Sus picardías se extienden en las noches y en los callejones oscuros, con resultados palpables al cabo de un tiempo. Dicen que nueve meses después del Carnaval de La Paz aumenta el número de partos. De ahí el chiste, probablemente basado en hechos reales, de la muchacha a la que le preguntan “quién es el padre de la criatura”, y ella responde “el Pepino”.

Está bien que al pícaro Pepino lo entierren cada año el domingo de tentación, pero que no lo entierren para siempre, y que no lo transformen hasta que parezca un personaje de Walt Disney. Ya han desaparecido algunas tradiciones del carnaval paceño, como las concertinas, el puchero y los clubes sociales juveniles, de los cuales el mejor fue sin duda alguna "Los Haraganes" de Obrajes, al que yo pertenecí. Nuestro lema era: "Si el trabajo da salud, que trabajen los enfermos".

Tenemos que cuidar a los diablos de Oruro, no basta que el Carnaval de Oruro sea Patrimonio Intangible de la Humanidad, nombrado así por la UNESCO. Es una pena que en la famosa entrada del carnaval se permita máscaras y trajes de diablos que nada tienen que ver con las de yeso. Ahora las hacen de plástico, y no solamente cambian el material, sino que cambian el diseño, le añaden cuernos exageradamente gruesos y largos, y los rasgos de las máscaras se transforman hasta parecerse, lamentablemente, a algunos personajes de las películas de Hollywood. Es por ese camino que se pierden las tradiciones y se empobrece la cultura. Abajo el plástico y vivan los materiales nobles.

12 febrero 2007

El muerto insomne

Hay dos clases de narradores, aquellos que necesitan una disciplina de hierro para avanzar una página diaria, como es el caso de Vargas Llosa, y aquellos que tienen un “duende” que hace que las palabras fluyan de sus manos como un río, con poesía y con vigor. A esta última categoría pertenecen seres privilegiados como García Márquez o Augusto Céspedes, y también Ramón Rocha Monroy, que nos ha regalado hace poco una biografía novelada de Antonio José de Sucre: ¡Qué solos se quedan los muertos!

Esta es una novela mayor, además de un aporte a nuestras percepciones sobre la historia. Se ha dicho muchas veces que la novela describe mejor la historia que los libros de historiadores. En este caso parece confirmarse, porque el lector llega a través de sus páginas a amar o a odiar a los personajes, y a vivir la historia como un testigo presencial. Que los historiadores pongan sus precisiones y manifiesten sus acuerdos y desacuerdos… Para mi, como lector, esta es la versión que quiero asumir. He tardado más de lo habitual en leer las 541 páginas porque he querido disfrutar cada página, y a veces volver sobre ella golosamente.

La magia de empezar una novela con un muerto que ya cumplió 70 años de muerto y enterrado, y devolverlo a la vida en su máximo esplendor, envuelve al lector que se deja seducir por los personajes. El autor, que se identifica frecuentemente como “uno” (es decir, “uno” que es también el lector), dialoga con Sucre, lo interroga en medio de su largo sueño.

Quizás el análisis histórico que entre líneas hace el autor (eco sobre todo del pensamiento de Sucre), sea cuestionado por algunos especialistas e historiadores de gran “H”. Sin embargo, esta es una novela y como tal, es una interpretación legítima. Pero iré más lejos: también un libro de historia es una interpretación de su autor. No hay libro de historia neutro, asexuado. Todos proponen interpretaciones distintas sobre los hechos, y la verdad es que los mismos hechos son a veces cuestionables. La historia se escribe en permanencia, nunca es definitiva, es una suma de relatos sobre el pasado. Siempre aparecen nuevos datos y nuevas interpretaciones que la hacen parecerse a una novela continua, infinita.

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08 febrero 2007

Official Announcement


Muy difícil de traducir al castellano... pero en inglés se puede disfrutar.

01 febrero 2007

Bárbaros contra el arte

Los más recientes murales en cerámica que Lorgio Vaca erigió en la plaza principal de Montero (Santa Cruz, Bolivia), fueron objeto de un estúpido ataque. Un oligofrénico alentado por una cincuentena de vecinos del pueblo, tomó un martillo y destruyó a vista y paciencia de todos, el rostro del Ché y una whipala (bandera indígena) que eran parte del diseño del artista.

El acto cavernario me hizo recordar la frase que espetó a Don Miguel de Unamuno el Teniente Coronel falangista Millán Astray: “Muera la inteligencia, viva la muerte”. La historia se repite. Los enardecidos enemigos del arte y de la inteligencia están por todas partes. Sus actos están marcados por la ignorancia y la barbarie. La violencia es la única respuesta que saben dar, porque la razón no les alcanza, no está con ellos. La intolerancia disfrazada de patrioterismo, de fanatismo ideológico o religioso, es la misma.

Nadie olvida el mural que Diego Rivera pintó a pedido de los Rockefeller, en New York, y que fue destruido por órdenes del magnate del petróleo el 2 de mayo de 1933, cuando constató que Rivera había pintado el rostro de Lenin. A Fernando Botero le hicieron “volar” con una bomba la escultura de una paloma en bronce que había donado a Medellín. No hay artista con sentido ético y con integridad que no haya sufrido hechos de censura y represión.

El falso debate sobre arte y política es tan estéril como el debate sobre el sexo de los ángeles. Sólo gente necia puede creer que se puede separar el arte de la política. Si la política es parte de la sociedad y de la vida, ¿por qué tiene que estar separada del arte? Somos humanos gracias al arte, y el tiempo se encarga de poner las obras de arte en su justa dimensión. No se escribe la historia del arte a martillazos, ni con bombas.

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