22 febrero 2011

Replicante, navegante editorial

Ya está en circulación, navegando en el océano tumultuoso e infinito de la red, el número más reciente de “Replicante: ideas para un país en ruinas”, revista electrónica que edita en México Rogelio Villareal Macías. La edición de febrero 2011 está dedicada a un tema que me entusiasma: “Erotismo y Pornografía”, y entre los muchos textos que recoge, incluye uno mío: “El origen del mundo”, que presenté hace tiempo en un congreso sobre Sexualidad y Literatura en Monterrey.

El subtítulo de la revista no le hace honor a su contenido, ya que al referirse a México, “un país en ruinas”, restringe de inicio el enorme campo que abarca la publicación, para nada limitada a un país. “Replicante” no tiene fronteras, tal como el contenido de este número y de los anteriores lo demuestra. Más aún este número, que aborda desde tantos ángulos interesantes uno de los temas más antiguos de la humanidad, y precisamente uno que no reconoce límites.

Cada nuevo número de “Replicante” es para una lectura de disfrute que puede durar varias horas, porque al margen de los artículos principales, que no son pocos, cada uno contiene o remite a otros vínculos que la curiosidad impide pasar por alto. Además, las barras de navegación ofrecen varios blogs de colaboradores permanentes (Rubén Bonet, Carina Maguregui, Tania Tagle, Marisol Rodríguez, Héctor Villareal, Enrique Olmos, y el propio Rogelio Villareal, entre otros), y secciones que son como ventanas a otros jardines sin muros: “Apuntes y Crónicas”, “Artes”, “Literatura”, “Pensamiento y Reflexión”, “Agenda”…  

pintura de Daniel Lezama
El editorial recuerda acertadamente que “el erotismo y la pornografía han desafiado desde tiempos antiguos al estatus y ha causado el enojo de reyes y poderosos. Aún ahora las derechas y las izquierdas en el poder, igualmente conservadoras, ven a la pornografía como un peligro y no como una instancia liberadora”.

Hay en el índice de “Replicante” más de un centenar de artículos, relatos, poemas, comentarios de libros y otros textos bellamente ilustrados, para disfrutar sin prisa. Desde un artículo sobre la “estrella porno intelectual”, Sasha Grey, hasta la extensa revisión bibliográfica que hace Jorge Rueda en “La biblioteca del erotómano”, pasando por los deliciosos textos de Pierre Louÿs, y una entrevista reveladora con el coleccionista de literatura y arte eróticos Adolfo Llamas, cuyo acervo hace humedecer la boca. El artículo de Susana Moo sobre los orígenes del cine porno en España tiene vínculos a dos de las películas más antiguas del género en ese país “El confesor” (1920) y “El ministro” (1930), un regalo adicional.
 
Conocí a Rogelio Villareal Macías, el editor de “Replicante” a principios de los años 1980, cuando se ocupaba de una empresa familiar, la Federación Editorial Mexicana. Allí se publicó mi tercer libro de poemas, “Sobras completas”, y también la segunda edición de “Cine, censura y exilio en América Latina”, dos de mis cuatro libros editados en México. Rogelio me introdujo a colegas del Consejo Mexicano de Fotografía, fundado y presidido por Pedro Meyer, que hoy dirige “Zona Zero”, portal especializado en fotografía.  Fue una época estimulante para mí y la recuerdo con gusto.


17 febrero 2011

La estrella de ASUR

Cuando alguien que viaja a la ciudad de Sucre por primera vez me pregunta qué es lo que vale la pena visitar allí, mi consejo –sin pensarlo dos veces- siempre es: ASUR.


ASUR (Antropólogos del Surandino) es un proyecto y un proceso cultural del cual los bolivianos se pueden sentir orgullosos. Ha permitido a lo largo de 25 años no solamente dar a conocer el extraordinario arte del tejido de las comunidades indígenas en los alrededores de Potolo, al oeste de Sucre, sino además rescatar y mejorar sustancialmente ese arte y generar al mismo tiempo ingresos para las comunidades.

Ahora resulta que un efímero gobernador de Chuquisaca, hinchado de demagogia y oportunismo político, pretende que la Casa Capellánica, el inmueble donde funciona ASUR, sus talleres, su museo y su tienda, sea devuelto a la gestión gubernamental, con el argumento de que se trata de una fundación “privada” y que debería ser administrada “por los beneficiarios”. Esto significaría la aniquilación de un proyecto emblemático porque la casa donde funciona ASUR ya es hace muchos años una referencia nacional e internacional.

La historia de ASUR es una historia de curiosidad científica y amor por el arte. Todo empezó en 1985 cuando los antropólogos chilenos Verónica Cereceda y Gabriel Martínez, y el etnólogo boliviano Ramiro Molina, hicieron un recorrido por comunidades indígenas a 50 kms de la ciudad de Sucre, en busca de aquellas mujeres que habían sido capaces de producir los tejidos maravillosos que desde hace años aparecían en el acervo de coleccionistas internacionales.

Lo que encontraron fue lamentable, una enorme pobreza, índices de mortalidad y morbilidad infantil muy altos, desorganización social y desánimo en las comunidades, cuyos pobladores fueron despojados poco a poco de lo más valioso que tenían: los tejidos heredados de padres y abuelos, algunos con antigüedad centenaria, vendidos por cuatro pesos para poder mantenerse en una precaria sobrevivencia.

Más aún, los nuevos tejidos que producían ya no eran ni tan finos ni tan creativos como los antiguos.  La figuras se habían simplificado y se repetían, no mostraban la variedad y complejidad que alguna vez tuvieron. La tradición se estaba perdiendo rápidamente, y el tráfico de los valiosos textiles hacia el extranjero, iba a dejar a esas comunidades en la última pobreza, aquella en la que se ha perdido todo, incluso la identidad.

A partir de esa constatación nace ASUR y Verónica Cereceda se convierte en principal impulsora, con una dedicación incansable y una entrega total. Nada podía augurar el éxito de un proceso de rescate y de recuperación de una tradición en vías de extinción, pero la apuesta fue el compromiso con las comunidades.  En tan solo dos décadas lo que se ha logrado es digno de admiración y elogio.

Incluso para quienes no somos expertos en el arte de los tejidos, salta a la vista que las obras que hacen actualmente las mujeres de las comunidades Jalq’a son incluso mejores, más ricas en su diseño, que las que se hacían antiguamente. Cuando se comparan los tejidos que se exhiben en el museo de ASUR con los que se pueden adquirir en la tienda, se aprecia que este es uno de los raros casos donde el arte textil ha renacido como ave fénix para ser incluso más imponente que antes.

Y esto ha sido posible gracias a una visión estratégica que busca fortalecer a las comunidades indígenas en su cultura y en su capacidad de gestión, “aportando, con sus valores y conocimientos, a la construcción de la identidad nacional”. ASUR a permitido a esas comunidades económicamente deprimidas por las limitaciones de su producción agrícola de subsistencia, generar recursos suplementarios para el bienestar de las familias. Para ello, se han fijado precios justos para la venta de los tejidos, precios que reflejan el tiempo y dedicación que requiere la fabricación manual, única y personalizada de cada uno de ellos.

Además de generar oficios en el proceso de producción artística y artesanal, y de favorecer el fortalecimiento interno de las comunidades para lidiar con el comercio y el turismo, la labor de ASUR ha llamado la atención sobre la riqueza cultural de las comunidades, ha fomentado la investigación y contribuido a aumentar la vigilancia de los organismos del Estado sobre la exportación ilícita de tejidos antiguos que son patrimonio nacional. La lista de libros publicados con el sello de la Fundación ASUR es una prueba más de su eficiencia y de la seriedad del trabajo realizado.

El proyecto permanente de renacimiento del arte textil indígena incluye hoy más de mil mujeres tejedoras Jalq’a de las provincias Chayanta y Oropeza, que tejen con vellón natural de alpaca y oveja, y de Tarabuco, que utilizan lana de oveja y algodón para sus tejidos.

ASUR ha generado otras iniciativas que benefician a las comunidades, como el proyecto de capacitación de 200 hombres tejedores que producen propuestas nuevas, diversificadas, en tapices, mantas y alfombras. A ello se suma la producción de accesorios de cuero de camélidos con inserciones textiles, y un taller de alfarería fina donde se producen vajillas y adornos de cerámica.   

Me siento orgulloso de tener en mi casa varios aqsus Jalq’a que he adquirido en ASUR, extraordinarias representaciones de khurus animales imaginarios e improbables, ecos del inframundo, saxra,  que no podemos entender quienes somos ajenos a esa cultura milenaria. Son maravillosas obras de la imaginación con profundo anclaje en la cultura y la tradición, además de productos de una destreza manual muy fina. Para cada una de estas obras de arte, las mujeres tejedoras emplean varios meses de trabajo, dependiendo del tamaño.  Por ello tienen el orgullo de poner sus fotos y sus nombres junto a cada obra terminada. 

La Fundación ASUR honra a Bolivia y honra a Sucre, su capital. Sería lamentable que por la mala disposición de algún funcionario que está de paso por el poder, se le retirara el derecho de ocupar un inmueble adecuado a sus necesidades y a las de los visitantes.


10 febrero 2011

Niño Pa

Niño de las Mariposas, Niño de los Olivos, Niño de la Abundancia, Niño Desata Nudos, Niño de las Palomas, Niño Marinero, Niño de la Cosecha, Niño San Miguel de los Milagros, Niño Jaguar, Niño de las Uvas, Niño Chinelo, Niño Salvador del Mundo, Niño del Amor, Niño Juan Diego, Niño de Atocha, Niño Pescador, Niño Ángel de la Guardia, Niño Médico, Niño Futbolista…

La lista suma y sigue, pero todos esos niños son uno solo, el Niño Pan o Niño Pa (Niño Padre), también llamado Niño el Pueblo, Niño Peregrino de los Barrios o Niño Viajero, que se venera durante la fiesta de La Candelaria en la Iglesia de San Bernardino de Siena, en Xochimilco, al sur de la ciudad de México. Como tantas tradiciones mexicanas, esta se expresa cada año con mayor fuerza, subrayando una identidad cultural local, única, distinta; producto del sincretismo religioso cristiano e indígena.

Junto a la iglesia se ha instalado una feria extensa donde se fabrican, reparan y venden niños de yeso de todos los tamaños.  Sobre las mesas aparecen como llegaron al mundo, desnudos, de piel oscura o clara, de ojos celestes o marrones, chicos y grandes. 

A partir de allí las opciones se diversifican, la oferta de trajes y accesorios es amplia, para que cada niño adquiera una identidad diferente y un nombre entre los mencionados más arriba. Los trajes son lujosos, ampulosos, de seda o terciopelo, bordados de encajes, y junto a los accesorios, simbolizan la identidad que se quiere otorgar a cada figura. 
  
Una espiga de trigo, una espada, una calavera, un harpa, una corona de estrellas, un pescado, un billete de 500 pesos, monedas, uvas, una mariposa, una paloma, la imagen bordada de la Virgen de Guadalupe, una mitra papal, un sombrero de chinelo, o un estetoscopio, son los accesorios que sirven para destacar los símbolos que caracterizan a cada figura. 

Al niño Pa se le piden favores, como a todas las figuras de devoción.  Durante el año pasa varios meses trasladándose a hospitales y a hogares donde su sola presencia, según la tradición, tiene efectos milagrosos. La iglesia católica juega muy bien con estas tradiciones, no certifica ni niega los poderes de sanación, pero perpetúa los cultos que atraen a los fieles (y a los curiosos) a las iglesias.  

Se supone que el niño, nacido el 25 de diciembre, ya es robusto, ha cumplido 40 días de vida, y la tradición quiere que cada 2 de febrero, el Niño Pa de Xochimilco cambie de casa, como lo ha estado haciendo durante más de cuatro siglos. 


El sistema de mayordomía se cumple estrictamente, las familias se anotan con años de anticipación para venerar en sus casas, durante un año, la figura original que fue esculpida en el siglo XVI en palo de colorín (madera con la que se fabricaban los violines de los mariachis) por un indígena de Xochimilco que la hizo de manera que las articulaciones de sus miembros se muevan, para que pueda estar sentada o recostada. La figura de 43 centímetros de altura pesa apenas medio kilo sin sus ropas, y es tan frágil por el tipo de madera, que desde 1995 ha sido restaurada cada año. 

Al Niño Pa se lo trata como a un niño de verdad.  Dicen que se lo desviste cada noche para acostarlo en su moisés, y que a la mañana siguiente lo despiertan cantándole “Las Mañanitas”. Dicen también que ha acumulado a través del tiempo y de las donaciones de sus fieles, un ajuar tan abundante que cuando se traslada cada año de una familia de mayordomos a la siguiente, lo preceden varios camiones cargando sus muebles, sus ropas, sus joyas, sus enseres personales.  Todo eso suena a despropósito, pero así son algunas tradiciones.

El mero mero Niño Pa
La lista de futuros mayordomos es tan larga, que llega al año 2036 y ha sido cerrada por el momento; varios morirán antes de lograrlo. La familia del barrio de Tlacoapa que entregó este año, había esperado 35 años para gozar del privilegio, y la familia Poblano Hernández que se lo llevó ahora al barrio de Caltongo, tuvo que esperar aún más. Por eso la población en general, que no tiene esperanzas –ni dinero- de acceder a la mayordomía, se conforma con las miles de reproducciones que aparecen en la iglesia en esta ocasión, diferenciadas por sus múltiples identidades, trajes y accesorios.

Como casi todas las manifestaciones religiosas mexicanas, esta es una muestra más de sincretismo. Los indígenas que veneraron al Niño Pa lo asocian desde su origen con Huitzilopochtli, “el colibrí del sur”. 

La música diversa que se escucha durante la fiesta del Niño Pa es otra muestra de hibridación de la cultura mexicana: los chinelos enmascarados representan a los moros, la banda de viento trae ecos de lo rural, los mariachis son propiamente urbanos a pesar de su origen charro, y las estudiantinas representan el resabio español.

Chinelo
Ahí estuve, metido entre las dos hileras de chinelos, fotografiando de cerca sus rostros fijos, sin poder penetrar hasta los ojos que sin duda me miraban detrás de las caretas.

Todo esto sucede en medio de Xochimilco, un pueblo colonial donde aún se conservan los canales cuya red se extendía siglos atrás hasta el mismo centro de Ciudad de México, y que sorprendió a los conquistadores españoles a su llegada a Tenochtitlán. Alrededor de las chinampas con sus hileras de erguidos ahuejotes (“árbol del agua”), y de los canales sobrevivientes, serpientes de agua por donde circulan las “trajineras” pintadas de colores vivos, sigue creciendo una de las urbes más grandes del mundo.

Xochimilco, el paraíso de las flores, el lugar de la milpa, la sementera del valle de México, Patrimonio de la Humanidad, donde Quirino Mendoza compuso “Cielito Lindo”, ha quedado con su sabor a pueblo en medio de vías de alta velocidad, grandes avenidas y la locura cotidiana.