29 marzo 2012

Calacala, desde el pasado


Calacala, en 1983

La vez anterior que fui a Oruro para visitar las pinturas rupestres de Calacala (Cala-Cala, o Qala-Qala…), fue en mayo de 1983. También estuve unos años antes, en octubre de 1978, según las fechas de las fotos que tomé entonces. Mucho ha cambiado en estas tres décadas.

Recuerdo el largo y polvoriento camino que había que recorrer para llegar a las formaciones rocosas cerca de Sepulturas, a 21 kilómetros de la ciudad de Oruro y a 2.050 metros sobre el nivel medio del mar. En cambio esta vez, recorrimos con Katherina una estupenda carretera pavimentada, que nos llevó hasta el mismo pueblo de Calacala (“muchas piedras”) aunque curiosamente no llega hasta las cuevas donde se encuentran las pinturas. Los últimos dos kilómetros alejan por ahora a los buses de turistas japoneses y contribuyen a conservar un paisaje agreste en el que sobresalen los colores vivos de las plantas de quinua.

Dicen los arqueólogos que las pinturas rupestres de Calacala tienen alrededor de 2400 años de antigüedad. Hoy es difícil saber cuanto más había de valor en estas concavidades de piedra, pero lo que queda es un hermoso mensaje del pasado. Aunque muchos de los dibujos, particularmente los más pequeños, se confunden en la rugosidad de la roca y en algunos casos son apenas visibles, el conjunto principal, de mayor tamaño, en el que destaca una llama blanca bien proporcionada, deja una impresión indeleble.

Calacala, en 2012
Además de las llamas, que suman más de cincuenta entre pequeñas y medianas, hay figuras de pastores de rebaño y de cóndores. También se pueden ver depresiones artificiales redondas ("cúpulas", las llaman) que fueron talladas en la roca y son parte esencial del conjunto; posiblemente se trata de oquedades para depositar algún líquido como ofrenda.

En el sitio arqueológico, las autoridades de la Sociedad de Investigación del Arte Rupestre de Bolivia (SIARB) -con apoyo y financiamiento de Holanda, Alemania y la Fundación Bradshaw- tuvieron el buen criterio de armar en 2002 una pasarela de madera, sobria y sólida, suficientemente cerca de las pinturas para admirarlas y fotografiarlas y prudentemente lejos como para que a nadie se le ocurra tocarlas. Antes, había que trepar la ladera y acercarse a duras penas para admirar los dibujos.

Pinturas rupestres que son espejo de la realidad
Para el anecdotario memorioso anoto que cuando estuve la primera vez en Calacala en 1978, no bien acababa de fotografiar el grupo principal en el que aparece la llama blanca y junto a ella varias llamas más pequeñas de color marrón, cuando me di la vuelta y en la explanada que está a los pies del lugar arqueológico vi la misma escena, que también fotografié. Fue una hermosa casualidad. 

El tiempo es implacable, sin embargo. El detalle de las fotos que tomé en 1978, en 1983 y ahora en 2012, muestra que las pinturas han sufrido un deterioro perceptible aunque no muy serio. La figura más grande, la llama blanca, cuya altura es mayor a 50 cms, muestra desprendimientos que no eran visibles en 1978. No parecen daños producidos ex profeso, sino producto del paso del tiempo y de la exposición de las pinturas a la intemperie. 

1978
2012
Tradicionalmente el lugar ha sido resguardado por miembros de una familia campesina que vive en los alrededores. Antes, cuando no había cercas ni se cobraba por el ingreso, ellos estaban pendientes de los visitantes, y aparecían en el lugar en cuanto se aproximaba algún vehículo. Ahora, se turnan cada año para llevar un control estricto de las personas que visitan el lugar, así como del dinero que recaudan por el ingreso. Me impresionó la honestidad de Faustino Cruz Apaza, que está ahora a cargo del cuidado del lugar. Aunque podría fácilmente burlar los controles, como hacen tantos, Faustino es muy responsable y cuidadoso; en un cuaderno anota los nombres de los visitantes y el precio que pagaron por ingresar, y además entrega los recibos correspondientes. Cada cierto tiempo, deposita el dinero en un banco en Oruro.

Conversé con él porque me interesaba conservar un testimonio suyo y compartirlo aquí. Nos explicó que las figuras fueron pintadas con una mezcla de cebo y sangre de llama (las marrones) y con polvo de piedra caliza (las blancas). Nos contó también que en las inmediaciones aparecen a veces “huellas de tigre” (puma de montaña, en realidad) en la nieve, aunque a él no le ha tocado ver a ninguno.

Calacala está, al parecer, bien resguardado, pero en un país con un nivel de educación cívica tan bajo, ningún cuidado es suficiente. La suerte, aquí, es que el sitio está en manos de cuidadores responsables y al parecer bien supervisados. No sucede lo mismo en un sitio arqueológico tan importante como Tiwanaku, donde la “comunidad” hace lo que le viene en gana y sin supervisión, al extremo de haber permitido que el sitio se deteriore.

El patrimonio debe cuidarse, y si se abre al turismo debe hacerse con el mayor cuidado y supervisión, para evitar daños irreversibles. El turismo descontrolado suele llegar con efectos devastadores a este tipo de sitios cuya fragilidad salta a la vista. A veces los visitantes, inconscientes, ignorantes y salvajes, escriben sus nombres cerca o encima de las representaciones antiguas y dejan otros graffiti, destruyendo el carácter documental de las figuras originales que tienen muchos años de antigüedad. Ya lo sabemos con certeza, el hombre es el animal más depredador.

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Yapa:  



26 marzo 2012

Gran Sagarmatha


Aunque Oscar Wilde, con su habitual ironía rayana en el cinismo, solía decir “es fácil simpatizar con las penas de un amigo, lo difícil es simpatizar con sus éxitos”, suelo alegrarme cuando a mis amigos les va bien en la vida, y tiendo a compartir sus éxitos como si fueran propios.

Hace pocos días recibí un “emilio” de mi amigo nepalí Raghu Mainali, donde me dice que su organización, Nepal Forum of Environmental Journalists (NEFEJ), obtuvo el Premio de la Comunicación Rural 2012, otorgado por el Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) de la Unesco. 

En días pasados, el 22 de marzo, le entregaron el premio en París, en una gran ceremonia, según atestiguan las fotos que me hizo llegar y la entrevista que le hicieron.

Entrega del premio en la Unesco, París
Merecidísimo premio, porque NEFEJ es la organización gestora de Radio Sagarmatha emisora comunitaria pionera de la comunicación participativa no solamente en Nepal, sino en Asia. El nombre verdadero del Monte Everest, Sagarmatha, quiere decir "el frente del océano", una referencia a tiempos remotos, cuando el territorio de lo que hoy es Nepal se encontraba bajo las aguas del mar. Nadie lo diría ahora desde el Valle de Katmandú, a 1.300 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Radio Sagarmatha, tuvo un importante liderazgo en la lucha contra el régimen monárquico y contribuyó en los movimientos populares que precipitaron el desmoronamiento del Rey Gyanendra Shah en 2008. Nepal vivió en 1990 la culminación del movimiento popular a favor de las libertades democráticas, que puso fin a casi 40 años de monarquía. La nueva Constitución de 1990 consagró el derecho a la libertad de expresión y abrió el camino para las primeras elecciones democráticas de 1991. En 1992 se aprobó la Política Nacional de Comunicación, seguida por la Ley de Difusión en 1993 y el Reglamento de Difusión en 1995.

 

Me siento especialmente cerca de esta experiencia de comunicación democrática, no solamente por mi larga amistad con Raghu Mainali, sino por la admiración que siento por su trabajo y por lo que NEFEJ y Radio Sagarmatha significan para la comunicación participativa, la lucha por la democracia y por el medio ambiente. Plasmé ese interés en mi libro Haciendo Olas: experiencias de comunicación participativa para el cambio social (2001), donde le dedico a Radio Sagarmatha uno de los 50 capítulos.

Con Raghu y un colega de NEFEJ, en Katmandú
Como el mundo es un pañuelo, con Raghu Mainali hemos coincidido muchas veces en diferentes puntos del mapa. Las reuniones de NuestrosMedios, red de la que ambos somos parte, de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC), y de Unesco, nos han llevado a compartir momentos e ideas en Sydney, en Accra, en Amman, en Roma o en París, donde le entregaron ahora el premio.

En noviembre del 2007 visité a Raghu en Katmandú, su ciudad, y me llevó a conocer a los colegas periodistas de NEFEJ y con ellos a Radio Sagarmatha, que cumplirá muy pronto sus primeros 15 años de vida (comenzó a emitir en FM 102.4 el 22 de mayo de 1997).

Raghu Mainali y su familia, en Katmandú, 2007
Estuve también en su casa, compartiendo con su familia una comida nepalí en los días en que se celebraba la gran fiesta tradicional de tihar (el festival de las luces) muy similar y en las mismas fechas que los festejos de diwali en India.

También por otras razones el viaje a Nepal fue memorable. Quedé maravillado con los templos budistas y los tallados de figuras eróticas en los templos hinduistas que visité en el valle de Katmandú, una avalancha de imágenes que mis ojos apenas podían retener, pero por suerte lo hizo mi cámara. 

Sagarmatha, que los occidentales llaman Everest
Ya lejos en el tiempo y en el espacio, desde aquí, al otro lado del globo, es como si estuviera mirando la cima de Sagarmatha y abrazando en la distancia a mi amigo Raghu, de tan comprometida trayectoria. 

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Daría mi vida por un hombre que lucha
por encontrar la verdad,
pero lo mataría si dice que la encontró.

Luis Buñuel 

19 marzo 2012

88 abrazos, Jorge Ruiz


Jorge Ruiz en PROINCA, años 1970
Un pionero es alguien que se arriesga para hacer algo por primera vez, antes que los demás. Eso hizo el joven Jorge Ruiz hace más de 60 años, cuando se convirtió en el pionero del documental en la etapa sonora del cine boliviano. El kilometraje que ha acumulado es para celebrar: el 16 de marzo cumplió 88 años de edad, pocos días antes de celebrarse el Día del Cine Boliviano, el 20 del mismo mes. Yo no creo mucho en los “días” temáticos asignados para agotar el calendario y para celebrar las buenas intenciones, pero sí quiero honrar los 88 de Jorge Ruiz, porque el cine boliviano le debe a él mucho más que un día.

Jorge Ruiz es un hombre afable, tranquilo, sencillo. Así lo he encontrado siempre, a lo largo de más de cuatro décadas de amistad, desde que inicié a principios de los años 1970 la investigación que culminó en mi Historia del cine boliviano (1982).

Durante la filmación de Mina Alaska
Solía visitar a Jorge en su oficina de la productora de cine PROINCA cuyo dueño era Mario Mercado. Allí me hablaba más de sus grandes proyectos -que no llegaron a concretarse- que de sus logros pasados. Jorge quería realizar el largometraje Machete Marbán, que iba a filmar en Cachuela Esperanza con Charles Bronson en el papel protagónico. Aunque buena parte de su obra es altiplánica, Jorge soñaba con otra aventura cinematográfica en las zonas tropicales de Bolivia, como las que caracterizaron la producción de Detrás de los Andes. Tenía también el ambicioso proyecto de realizar un largometraje de ficción sobre la Guerra del Chaco, basándose en los relatos del libro Sangre de Mestizos, de Augusto Céspedes, pero este proyecto tampoco llegó a concretarse.

con Jorge Ruiz, en Cochabamba 
Podría decir que mi relación con él es aún más antigua y precede mi interés por la historia del cine boliviano. El vínculo más remoto tiene que ver con mi padre, sobre cuyos planes económicos y visión del desarrollo, Jorge Ruiz realizó la película Un poquito de diversificación económica (1955), co-dirigida por Gonzalo Sánchez de Lozada.

En 2003 tuve oportunidad de revisar una vez más la obra de Jorge. Paulo Antonio Paranagua me pidió un texto para su libro Cine documental en América Latina publicado en España, que me permitió hace una valoración actual del conjunto de su obra.

Jorge Ruiz no llegó a ejercer como agrónomo porque el cine lo atrajo de manera inequívoca. Desde sus primeros balbuceos cinematográficos a mediados de los años 1940 –junto a Augusto Roca (“Roquita”)- Jorge fue un “amateur” de cine, es decir, un amante del cine. Su larga trayectoria incluye más de un centenar de documentales, (109 según la lista que publicó el Smithsonian Institute cuando le otorgó en 2006 la Medalla James Smithson Bicentennial, en  Washington.)

En la zona rural de Luribay, cercana a La Paz, realizó su primer corto documental, Fruta en el Mercado, que presentó a un concurso de cine de aficionados convocado por la Municipalidad de La Paz. Su amistad con Augusto Roca derivó en la colaboración entre ambos en El Látigo del Miedo, una primera producción de ficción, en 8 mm, en la que participaron como actores José Arellano, Héctor Ormachea y Rafael Monroy.

Vuelve Sebastiana
Hacia 1947 los dos cineastas aficionados se hicieron profesionales al crearse la empresa “Bolivia Films”, propiedad de un norteamericano residente en La Paz, Kenneth B. Wasson.  La productora tenía como único equipo una cámara de 16 mm, manual, con la que Ruiz y Roca hicieron los primeros documentales de su trayectoria profesional:  Virgen India (1948), Donde Nació un Imperio (1949), Bolivia Busca la verdad (1950), Rumbo al Futuro (1950). 

A raíz de la revolución de 1952, una nueva etapa se abre en la vida de este cineasta, en un contexto favorable, ya que el nuevo gobierno de la Revolución Nacional, desde un principio entiende la importancia del cine como expresión cultural y como medio de información, y crea el Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB) en marzo de 1953.

En 1951 realizó Cumbres de Fe, a pedido del Comité IV Centenario de Potosí, y El Trabajo Indígena en Bolivia, para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), su primer trabajo en color. Ruiz y Roca asistieron al profesor francés Jean Vellard, especialista en culturas andinas, en la filmación de Los Urus, un documental sobre los últimos indígenas originarios del Lago Titicaca, desaparecidos durante los años cincuenta. Este documental también se filmó en color, al igual que Tierras Olvidadas, filmada en la región tropical del Beni.

Ruiz fue también pionero como el primer cineasta boliviano que hizo cine en otros países. En 1954 Ruiz y Roca fueron invitados a trabajar en Ecuador en la realización de Los que Nunca Fueron, con guión de Luis Ramiro Beltrán. A principios de los años sesenta realizó en Guatemala Los Ximul, en Ecuador Un Asunto de Familia, Futuro para el Pasado, y La Tierra Resurge, Pueblo en Acción, Cada Día, La Empresa del Pueblo, entre otros.  En Perú hizo trabajos similares, Semana Santa en Ayacucho, Universidad y Desarrollo, y Titikaka, en colaboración con el cineasta peruano Luis Figueroa.

Jorge Ruiz con Willard van Dyke 
También colaboró como camarógrafo con el cineasta norteamericano Williard Van Dyke en la realización del documental Vicos, con Harry Watt en Miles como María, y con el cineasta inglés Anthony de Lothbiniere en Renace un Pueblo (en inglés The Forgotten Indians). Ruiz alternaba sus proyectos de realización en Bolivia, con trabajos de camarógrafo con estos cineastas extranjeros.

Jorge es probablemente el cineasta más premiado de Bolivia. No voy a nombrar aquí los 30 reconocimientos a los que se ha hecho merecedor, pero diré, por ejemplo, que una de sus películas más emblemáticas, Vuelve Sebastiana (1953), pionera del cine etnográfico semi-documental, obtuvo en 1955 el Primer Premio Kantuta de Oro en el concurso cinematográfico de la Alcaldía de La Paz; en 1956 el Primer Premio en la categoría de Filmes Folklóricos y Etnográficos en el Festival del SODRE en Montevideo (Uruguay); Mención Especial en el Festival de Cine de Santa Margheritta (Italia), Medalla de plata en la sección de premios especiales en el festival de cine documental de Bilbao (España), Mención especial en el Festival de cine de San Francisco (Estados Unidos).

Jorge Ruiz y John Grierson
Otro documental, Voces de la tierra (1956) obtuvo el Primer premio en la categoría de films etnográficos en el Festival del SODRE (Uruguay Montevideo).  Fue en uno de los festivales del SODRE que conoció al documentalista John Grierson, quien después de ver las películas de Ruiz afirmó que el cineasta boliviano era uno de los seis documentalistas más importantes del mundo.

en Huelva, 2003
Durante las dos últimas décadas Jorge Ruiz ha sido celebrado numerosas veces por su vida y obra.  Tuve la suerte de participar en los homenajes que le hicieron durante el Festival de Huelva, en 2003, quizás el punto más alto de los reconocimientos internacionales que recibió.

Se han hecho retrospectivas de su obra en el Festival de Tres Continentes en Nantes (1991), en Los Ángeles (1999) donde se estrenó una versión restaurada de Mina Alaska; en Buenos Aires (2011), en Tashkent (1983), en Karlovy Vary (2011).  

Jorge Ruiz con Imanol Arias, en Huelva
En Bolivia también se ha reconocido su carrera. En 2001 fue reconocido con el Premio nacional de cultura; la cancillería boliviana le otorgó en 1995 la condecoración Simón Bolívar en Grado de Comendador; en 1996 ASOCINE un diploma por medio siglo a su contribución cinematográfica; la Honorable Alcaldía Municipal de Cochabamba y O.C.I.C. el Premio Mazorca de Plata en 1997; el Premio Tatun Thumpa en el Festival de cine de Santa Cruz (1995); en 2008 recibió un homenaje y retrospectiva de la Fundación Cinemateca Boliviana; en Santa Cruz la Universidad Evangélica Boliviana lo honró en 2011 con el Premio Meredith Sheffren y junto a Luis Ramiro Beltrán recibió en 2012 el Grado Doctor Honoris Causa de la Universidad San Simon de Cochabamba.

14 marzo 2012

Domitila


Domitila de Chungara,  agosto 1979
A sus 74 años de edad ha muerto Domitila Barrios de Chungara, valiente mujer de las minas de Bolivia, dirigente del combativo Comité de Amas de Casa de Siglo XX, organización que supo hacerle frente a las dictaduras y gobiernos autoritarios durante las décadas de 1960, 1970 y 1980. 

“Quiero seguir viviendo”, le decía Domitila a un periodista de Cochabamba, cuando a fines del 2010 fue hospitalizada para un tratamiento del cáncer de pulmón que la agobiaba desde 2008. Su tercer cáncer. Sin seguro médico y sin jubilación, el pronóstico estaba determinado por sus recursos y la solidaridad de algunos amigos, entre ellos varios funcionarios del gobierno del MAS. En la foto de prensa Domitila aparecía con una pañoleta cubriendo su cabeza, porque la quimioterapia la había dejado sin cabello. No quiero recordarla así, prefiero retener otras imágenes de ella, otros momentos.

Pachi Ascarrunz y Alfonso Gumucio con Domitila, junio 1984
Nació el 7 de mayo de 1937, hija de un campesino que migró a las minas en busca de una vida mejor. Se casó con un trabajador minero y tuvo 11 hijos, de los cuales solamente 7 sobrevivieron. Desde 1963, Domitila participó activamente en el Comité de Amas de Casa y saltó a la fama internacional a raíz de su protagonismo durante la Tribuna del Año Internacional de la Mujer, organizada por las Naciones Unidas y realizada en México, en 1975, donde “sus intervenciones produjeron un profundo impacto entre los presentes. Eso se debió, en gran parte, a que Domitila vivió lo que otras hablaron”, según narra Moema Viezzer.

Allí surgió la idea de Moema de recoger el relato de Domitila en el libro Si me permiten hablar… (1977) publicado por Editorial Siglo XXI y en innumerables ediciones en varios idiomas. Este libro fue estudiado por su estilo discursivo, no solamente leído, como atestigua el ensayo de 63 páginas de Mariluz Domínguez y Luis Oquendo. Años después David Acebey publicó un segundo libro de conversaciones, ¡Aquí también Domitila! (1985), que no alcanzó la notoriedad del primero.

“Pueblo chico, infierno grande…” y  también “nadie es profeta en su tierra”, las dos sentencias me sirven para el párrafo que sigue.

Si bien el libro de Domitila mereció la admiración de miles de lectores en todo el mundo y dio a la conocer la lucha de los mineros bolivianos y de sus familias, en el propio país hubo quienes –entre sus propios compañeros de las minas- llevados por la envidia y los celos, denigraron a Domitila (y a Moema Viezzer también), diciendo que se había enriquecido “a costa del sudor y la sangre de los mineros”. Fueron expresiones de la típica mezquindad y el egoísmo tan comunes en un país sometido por la mediocridad y la pérdida de valores. Ojalá se hubiera enriquecido Domitila; se lo merecía por su valentía y porque era un mujer capaz de articular con pasión e inteligencia su relato sobre la realidad minera. Nadie lo hizo como ella, ninguna otra mujer de las minas proyectó la situación de los trabajadores bolivianos con tanta propiedad y sensibilidad. Pero en lugar de agradecerle, algunos la atacaron mezquinamente. 

Domitila de Chungara, Xavier Albó, Luis Espinal y otros compañeros en la huelga de hambre, diciembre 1977
Luchadora infatigable, una mujer honesta e íntegra en todo sentido, que tenía una claridad meridiana sobre la situación de Bolivia y se expresaba con inteligencia y belleza, fue una de las cinco mujeres mineras que inició la huelga de hambre,  determinante en la caída del dictador Hugo Bánzer, luego de siete largos años en el poder. En los días de la huelga de hambre, a fines del 1977 y principios del 1978, visité el grupo que estaba en el diario Presencia, y allí conversé con Domitila, con Xavier Albó, con Luis Espinal y con otros amigos que se fueron sumando a ese grupo de huelguistas. Las fotos que tomé como testimonio –un rollo entero- han sido reproducidas muchas veces.

Filmación, agosto 1979
Semanas después, asistí a mi amigo Alain Labrousse en la realización del documental La huelga de hambre en las minas, donde entrevistamos a las mujeres que habían protagonizado la huelga.

En 1980, mientras trabajaba en el Centro de Investigación y Promoción del campesinado (CIPCA) hice un documental sobre ella: Domitila, la mujer y la organización, que pensábamos utilizar como material educativo en actividades de organización y participación comunitaria. Publicamos además un folleto para acompañar el film, con dibujos de Clovis Díaz. Esto fue poco tiempo antes del golpe militar de Luis García Meza. No recuerdo qué suerte corrió ese documental realizado en super 8, probablemente se perdió durante el golpe, cuando muchos tuvimos que salir al exilio, Domitila a Suecia con todos sus hijos, y yo a México.

No fue la última vez que Domitila apareció en uno de mis documentales. Al regresar del exilio, filmamos una entrevista con ella para el documental La voz de las minas (1983) que co-realicé junto a Eduardo Barrios para Unesco, y nuevamente en 1984, cuando por tercera vez hacía el intento de terminar mi frustrada película sobre Luis Espinal, la volví a buscar en Siglo XX. Filmé su testimonio, que era esencial para describir la sensibilidad social de Lucho, a quien ella conoció muy bien.  

Domitila con mi hijo Fabian, 1980
Mi admiración por Domitila, además de mi afinidad con el movimiento social de los mineros, me llevó a incluirla como personaje en uno de mis cuentos, Interior mina, sobre la ocupación militar en las minas de Siglo XX y Catavi.  El cuento ganó en México una mención en el concurso internacional “La palabra y el hombre”, en 1977, y además de perder la virginidad en la revista de ese nombre, se publicó en años siguientes en cinco antologías, las de Alfredo Medrano, Raquel Montenegro, Sandra Reyes (en inglés), Víctor Montoya, y hace un par de años la de Gaby Vallejo Canedo, publicada en Venezuela.

Además de este cuento y las películas en las que aparece, uno de los textos que Eduardo Galeano escribió sobre Domitila, debería servirnos para recordarla:
Recuerdo una asamblea obrera, en las minas de Bolivia, hace ya un tiempito, más de treinta años: una mujer se alzó, entre todos los hombres, y preguntó cuál es nuestro enemigo principal. Se alzaron voces que respondieron “El imperialismo”, “La oligarquía”, “La burocracia”… Y ella, Domitila Chungara, aclaró: "No, compañeros. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro". Yo tuve la suerte de escucharla. Nunca olvidé.

08 marzo 2012

Los 100 de Nueva Crónica


Nueva Crónica, No. 100

La revista quincenal Nueva Crónica y Buen Gobierno  llegó a su número 100, algo que celebramos sus lectores y colaboradores en un acto en la Asociación de Periodistas de La Paz, el 28 de febrero pasado. Horst Grebe y José Antonio Quiroga, los editores, me pidieron que dijera unas palabras de ocasión, y lo hice, además de escribir un artículo de fondo en el número centenario.

Nueva Crónica no tuvo infancia. Cumple cuatro años ahora, pero a diferencia de otras publicaciones periódicas que nacen con los ojos pegados y empiezan a caminar a tropezones, que a veces se caen, y con frecuencia no aprenden de sus caídas y titubeos, Nueva Crónica nació adulta.

Hay niños prodigios que aprenden a tocar violín antes de empezar a hablar, pero la historia de Nueva Crónica no va por ese lado. Se desarrolló sin fuegos de artificio, con esa seguridad que es indicio de un proyecto que se pensó y se reflexionó con mucho detenimiento, y que se hizo realidad cuando había madurado como idea.

¿Qué significa Nueva Crónica para quienes ejercemos en la prensa escrita nuestro derecho a opinar? ¿Qué palabras definen a esta ventana que nos permite dirigir nuestras reflexiones hacia la sociedad? Yo escogería 3 “d” como perfil, y no me refiero a la tercera dimensión que ha regresado a la moda en el cine, sino a tres dimensiones que deberían acompañarnos siempre: diálogo, debate y democracia.

Nueva Crónica, No. 61
Nueva Crónica es un espacio de diálogo horizontal porque no está mediado ni por el poder político, ni por el poder económico. Es una posibilidad de ejercer la comunicación sin jerarquías, y eso es lo que esta revista ofrece cada quince días: la oportunidad de construir -sobre la base de acuerdos y desacuerdos- una visión crítica de la sociedad en la que vivimos.

El aporte de Nueva Crónica a la democracia en Bolivia no será suficientemente valorado hasta que pase algún tiempo, porque mientras el país vive el torbellino del día a día, de lo inmediato y con frecuencia efímero, esta revista parte del análisis de coyuntura para proyectar visiones y proyectos de futuro. Y lo hace también desde un armazón de miradas internacionales, que ayudan a entender el mundo y Bolivia en el mundo.

La vocación de debate en Nueva Crónica es un rasgo precioso, en el sentido de que debemos conservarlo y desarrollarlo aún más. A veces pareciera que el debate no trasciende el soporte de papel en el que se imprimen nuestros textos, pero eso es también parte de la dinámica en espiral en la que se ha sumido al país: no se valora el pensamiento crítico, vivimos una época de polarizaciones simplonas.

Hay proyectos soñadores, y este es uno de ellos. Hay propuestas cuyo fundamento es la ética, y esta es una de ellas. Estamos hablando de una revista que ofrece análisis profundos, seriamente documentados y valientes sobre la realidad boliviana e internacional, a través de artículos escritos por colaboradores de diferentes orientaciones ideológicas y políticas, entre los que me precio de estar.

Ensimismados o sumidos en la faramalla de la política local, pocos en Bolivia le dieron la bienvenida. El primer número de Nueva Crónica nació el 11 de octubre de 2007, con un editorial de Horst Grebe y una nota de presentación en la que los editores afirman que la revista “aspira a construir una corriente de opinión favorable a las reformas políticas e intelectuales que demanda la sociedad boliviana a inicios del Siglo XXI y apues­ta por un renovado diálogo de saberes destinado al buen gobierno de la sociedad y de las personas”.  

Nueva Crónica, No. 99
En la trayectoria de Nueva Crónica ha habido una voluntad permanente de acompañar de manera crítica el proceso de cambio social que se vive en Bolivia, señalando las inconsistencias y las arbitrariedades que desde el gobierno conspiran en contra del Estado y de la ciudadanía, cuando se olvida que los procesos son resultado de una construcción colectiva y democrática, donde todos los actores sociales deben tener cabida.

El camino de quienes luchan por el derecho a la comunicación y por la libertad de expresión es accidentado. El empecinado posicionamiento de Nueva Crónica en defensa de los derechos ciudadanos, reclamando coherencia en el ejercicio del poder y transparencia en las instituciones del Estado, ha provocado no pocas veces reacciones airadas de quienes se han sentido desnudados y expuestos a la opinión de los bolivianos. Pero ni las presiones, ni los ataques han hecho que Nueva Crónica modifique una conducta independiente y crítica, ajena a intereses de grupos empresariales o políticos.

Horst Grebe, José Antonio Quiroga, Alfonso Gumucio
Nueva Crónica es una revista que ha mantenido muy alto el rasero de calidad que es indispensable para ganarse la confianza y la fidelidad de los lectores. Sin censura ni autocensura de tipo ideológico, el único filtro que existe en Nueva Crónica es el de la excelencia y de la seriedad. Esto ha estado desde el inicio en la mira de sus creadores, José Antonio Quiroga, de Plural, y Horst Grebe, del InstitutoPrisma

El itinerario ha sido hasta ahora estimulante y creativo. Tengo la fortuna de haber estado vinculado a Nueva Crónica desde antes que saliera a la luz, cuando todavía se discutía el nombre que llevaría la publicación, y he colaborado con ella desde el segundo número, 37 veces, con artículos sobre temas políticos y culturales.

Muros que miran
La galería pictórica de Nueva Crónica es un valor añadido a la revista, no una simple decoración. Por sus páginas han pasado todos los grandes de la pintura boliviana, sin excepciones, y también la mayoría de los talentos más jóvenes. A veces me pregunto cómo hacen los editores de la revista para seguir encontrando nuevos valores en la plástica del país. La selección ha incluido algunas veces fotógrafos, y en esa medida me ha tocado exhibir mi serie Muros que miran, publicada en el número 57 de la revista.

Como lector y no solamente como colaborador de Nueva Crónica, disfruto cada vez el espacio que se le otorga al arte en las páginas de la revista. Las imágenes que se incluyen en sus páginas son obras de arte que no aparecen como ilustraciones de los textos, sino con plena autonomía. Cada número es una muestra de un autor, y nos permite conocer la riqueza y la variedad del arte boliviano. El número 100 se engalana, a la vez que rinde homenaje a uno de nuestros grandes artistas plásticos, Lorgio Vaca.

Esperemos que así como no tuvo infancia, Nueva Crónica no tenga vejez.  Que siga caminando con paso firme, sin tropezar. Que mantenga su vitalidad y no le tiemble la mano. 

Parte del equipo de Plural Ediciones

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Yapa:


02 marzo 2012

El diablo del socavón


Mural de Medina Mendieta en la Iglesia del Socavón

En un pío-pío (tweet) que envié desde el carnaval de Oruro resumí en 120 caracteres mis impresiones: “Carnaval de Oruro, Patrimonio Intangible de la Humanidad, joya de color, luz y sonido, en medio de un mingitorio público”. Veamos por qué.

La Unesco declaró el año 2001 el carnaval de Oruro como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Se lo merece, sin duda porque se trata de una fiesta de excepcional fuerza y belleza, magnífica por su larga tradición y autenticidad. La fuerza auténtica que tiene el carnaval de Oruro no la he visto en otros carnavales mejor organizados, como el de Río de Janeiro, o más populares, como el de Barranquilla (en ambos tuve la fortuna de bailar, en el primero vestido de sopa de letras y en el segundo de monocuco).

Carnaval en 1982
La ventaja de regresar al carnaval de Oruro después de varias décadas es que uno puede hacer comparaciones y apreciar los cambios que han ocurrido. Unos para bien, pero los más para mal. No deberíamos olvidar que las razones por las que la Unesco hizo la declaratoria de patrimonio de la humanidad constituyen una responsabilidad para los bolivianos y en particular para las autoridades encargadas de los planes de salvaguarda.

Un gran esfuerzo colectivo hace posible esta gran fiesta. Los hermosos disfraces bordados y las máscaras que producen hábiles artesanos, la música cadenciosa y el ritmo enérgico de la danza, la sensualidad y la gracia de los bailarines de ambos sexos, son imágenes y sonidos que se impregnen en la retina y por supuesto en miles de cámaras y celulares que disparan como ametralladoras y capturan a lo largo del día millones de fragmentos del torbellino de colores.

No cesa uno de asombrarse cuando pasan fraternidades como la Morenada Central Oruro de la Comunidad Cocanis, la Diablada Ferroviaria, los Tinkus Tolkas, los Reyes Caporales de ENAF o los Sambos Caporales. Además de la impresionante cantidad de danzantes y de la variedad del vestuario, está el entusiasmo de los bailarines y la perfección de la coreografía de estas fraternidades que se toman la fiesta muy en serio. 

A pesar del día soleado que recibió el último convite y la peregrinación, yo vi nubarrones. Nubarrones que tienen que ver por una parte con problemas de organización y coordinación, y por otra con la distorsión de la tradición, que en algunos casos peca de desmemoria y de frivolidad.

El carnaval de Oruro admite cincuenta fraternidades de bailarines en 18 especialidades, y todas desfilan el sábado, pero también al día siguiente, ocupando así las calles principales de la ciudad desde las 9 de la mañana hasta las 3 de la madrugada. La diferencia entre el sábado y domingo es notoria.

Por muy bello que sea el espectáculo, es una paliza sentarse durante 18 horas para presenciar la entrada de las 50 agrupaciones. No tiene racionalidad, además, que al día siguiente desfilen los mismos conjuntos, sólo que diezmados, desorganizados, borrachos y sin máscaras. En el carnaval de Río de Janeiro desfilan la primera noche 7 escuelas de samba y otras 7 la noche siguiente, y el espectáculo dura 10 horas (82 minutos por escuela). ¿No se podría hacer que en Oruro desfilen 25 el sábado y 25 el domingo? Claro que se podría, sería lo lógico, lo racional, lo apropiado… pero a ver quien le tuerce el brazo a la mafia de la Asociación del Conjuntos Folklóricos de Oruro (ACFO).

Entre las fraternidades que desfilan hay unas mejores que otras, y algunas que no deberían figurar en “primera división”, porque no cuentan con un mínimo de condiciones equiparables a las otras fraternidades mejor organizadas. Pero aún en aquellas de trayectoria más reconocida, se notan cambios que no favorecen el mantenimiento de la autenticidad de la fiesta. 

Diablo de verdad, 1982
A través de los años se han ido perdiendo los colores tradicionales de los disfraces, remplazados por el verde eléctrico, el amarillo patito o el fucsia chillón, de esos que lastiman la vista. Si en algunas fraternidades esto es tolerable y explicable por el gusto chabacano, en otras es lamentable, por ejemplo en los conjuntos de llameros, donde los colores naturales de la lana han sido remplazados por colorantes sintéticos estridentes.

El afán de hacerse notorios al precio de abandonar los colores básicos y los materiales nobles, en beneficio del plástico y la estridencia, se nota también en las máscaras de diablos. Algunas fraternidades han claudicado, abandonando las máscaras tradicionales, por otras que parecen salidas de una película de Hollywood, con narices chatas, cuernos de alce y arreglos de luces, humo y fuego. Es una cruza entre navidad y Halloween, de manera que los diablos ya no bailan, ya no saltan como antes, apenas caminan para mantener en equilibrio sobre la cabeza, lo que parece un anuncio publicitario con efectos. 

Los menos afectados por esa vulgaridad son los conjuntos de morenos, de tinkus, de llameros, y de phujllay, y lo más afectados los tobas, los caporales y los diablos. Entre los tobas, hay agrupaciones que más bien parecen apaches, desfilan con calaveras colgadas de los trajes y unas máscaras caracterizadas por el mal gusto.

La entrada del carnaval es la manifestación cultural más importante de Oruro, una ciudad que durante el resto del año vive apaciblemente, por no decir sumida en un aburrimiento proverbial. El carnaval le da vida y color a la ciudad minera, y la agobia con basura y desorden.

Una ciudad que invita a decenas de miles de visitantes nacionales e internacionales, debería engalanarse para recibirlos, pero hace exactamente lo contrario. Yo creo que en Oruro no hay alcalde, y si lo hay, se la pasa durmiendo. Las fachadas de sus edificios más emblemáticos, sobre la plaza principal, están deterioradas o cubiertas por avisos comerciales de gran tamaño, que afean el paisaje urbano. Toda la fachada del principal edificio, de la gobernación, ostenta durante el carnaval una propaganda de la empresa nacional de telefonía, olvidando que se trata de un edificio público.

Nadie se ha tomado la molestia de pintar las casas que están en el recorrido principal de las fraternidades de danzantes, ni siquiera el antiguo Palais Concert, cuya fachada ofrece una imagen triste y descuidada.  Un tercio al menos de la entrada se hace de noche, pero la iluminación del recorrido es precaria. Pero los leones de la plaza principales los han pintado de dorado, un indicio de la atrofia del sentido estético de las autoridades.

Se puede culpar a la gente de ser cochina y de tirar basura en cualquier parte, pero no sería totalmente justo, pues no se ve ningún esfuerzo de la municipalidad de Oruro para poner a disposición de tantos miles de visitantes, servicios adecuados que permitan mantener la ciudad limpia, siquiera turriles para echar los desperdicios. El olor a orines, la suciedad por doquier y los borrachos a punto de colapsar hacen contrapunto con la belleza del carnaval y empañen la calidad de la fiesta. Y a pesar de esto, que dice lo peor de la ciudad anfitriona, el carnaval es magnífico y no debería existir un solo ciudadano en la Bolivia plurinacional que no lo conozca. A ver si las autoridades se ponen las pilas y abren los ojos (y las fosas nasales).

Yapa: